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La infiltrada o «Uyuyu, uyuyu mi gato hace uyuyu, uyuyu»

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La infiltrada, 2024. ©Mikel Blasco

La directora de cine Arantxa Echevarría, la conocen en su casa a la hora de comer, nos regala una ucronía en forma de thriller sexual que se desarrolla bajo la sempiterna y ominosa lluvia en una Donostia de lúgubres calles cubiertas con pintadas, grafitis y manifestaciones a favor del heteropatriarcado vasco. La película nos cuenta cómo una mujer, gitana empoderada y de Logroño, se infiltra en un comando terrorista de ideología machista, una célula clandestina de vascos traumatizados por la igualdad de género, que se reúnen para planear atentados contra la Nueva Masculinidad que quiere implantar el opresivo estado español. El terrorista ya no solo lleva pasamontañas, pistola y bomba lapa, también chándal, litrona de kalimotxo y una colección completa de discos de Kortatu y Escorbuto, la trepidante música txalaparta como evocación de la atávica violencia machista euskalduna.

La heroína se ve obligada a confrontar no solo a una banda armada, sino a la masculinidad tóxica de sus integrantes. Las pistolas son la guinda de una escalada de violencia verbal, tareas domésticas no resueltas y condescendencia patriarcal. En La infiltrada hay tensión, paranoia y silencios que cortan como navaja barbera. Pero aquí la verdadera infiltración no es solo en la banda de machos terroristas, sino una estructura social profundamente misógina. La película deja claro que Aránzazu o Arantxa, aunque le pegaría más el nombre de Rosario, la gitana empoderada, no solo debe enfrentarse al riesgo de ser descubierta por los integrantes de la banda, sino también a la violencia psicológica de sus propios colegas, miembros del orden y de la ley. Policías que en principio no confían en ella por el simple hecho de tener la regla y ser de raza calé. Compañeros de trabajo suyos, pero hombres al fin y al cabo, como tantos otros, racistas y misóginos, que la menosprecian, la ridiculizan y la convierten en objeto de inconfesable deseo sexual.

Carolina Yuste interpreta a la infiltrada con ese aire de mártir serena, mezcla de vendedora de calcetines en algún mercadillo de extrarradio y psicóloga de terapia de grupo en Proyecto Hombre. No mata, redime. No dispara, corrige. No interroga, escucha. Se infiltra en un grupo de euskaldunes que defienden con las armas la virilidad perdida del pueblo vasco para desmontar desde dentro ese heteropatriarcado de txapela y frontón. Su método: la empatía, el silencio y un gato que simboliza su independencia femenina. Una mujer en misión secreta rodeada de hombres armados con símbolos fálicos como pistolas, penes y porros. Una mujer que aprende a mentir, a callar cuando quiere gritar. Una mujer que, como tantas otras antes, se vuelve experta en sobrevivir sin dejar huellas. Una mujer sola, lúcida, decidida, apegada a su gato, obligada a fingir hasta en su respiración, convertida en espejo de un país que quiere dar la espalda al terrorismo machista.

Luis Tosar, que podría leer la guía telefónica y seguir interpretándose a sí mismo, en esta ocasión actúa como el macho arrepentido. El único hombre con dos dedos de frente y cejas felpuderas entre tanto macho cavernario. Uno de esos tipos duros que aún siguen vistiéndose por los pies, pero que desearían deconstruirse y renunciar a su masculinidad tóxica. Sus escenas con Yuste son puro catecismo progresista: él exuda testosterona, ella le ofrece un kleenex.

Y luego está Diego Anido, el calvo cabrón, que hace de bruto total, de macho definitivo. El hombre como enfermedad. Un psicópata del desodorante ausente, la prueba viva de que el patriarcado huele. No respeta normas, ni muebles, ni gatos. Un tipo que no tira de la cadena, no lava los platos, no recoge sus calzoncillos sucios ni los pelos púbicos de la ducha. Es decir un auténtico terrorista de género. Es tan salvajemente simbólico que parece salido directamente de un spot publicitario del Ministerio de Igualdad: un personaje sin matices, sin excusas, sin champú. Su sola presencia basta para justificar todas las subvenciones de la película. El personaje de Diego Anido como Sergio Polo Cabases, breve pero terrorífico, encarna al mal en su forma más pura: aquel que se disfraza de ideología machista para desplegar su violencia atávica e instintos primitivos.

Echevarría filma esta fábula feminista como si estuviera rodando un documental sobre un zoo humano: los hombres gruñen, fuman, beben, escupen, eructan, se rascan la entrepierna y muestran un odio visceral a los tiempos modernos que les ha tocado vivir, mientras la heroína los observa con una mezcla de lástima y superioridad moral.

Los diálogos suenan como si los hubiera escrito una app del Instituto de la Mujer, no es que sean malos: son “visionarios”. Porque si algo eleva La infiltrada a la categoría de fábula institucional del año son esas conversaciones entre los personajes de la película, que deberían estudiarse en las escuelas de cine como ejemplo de cómo no escribir una guion, y que anuncian un nuevo género, el neo thriller emocional de pasillo ministerial, donde los personajes hablan como si todos hubieran pasado por un curso de igualdad y media docena de sesiones de mindfulness; y es que lo realmente importante no es lo que se dice, sino que eso que se dice suene lo suficientemente buenista.

Con diálogos como estos, el cine español no necesita enemigos infiltrados: se infiltra solo.

—¿Por qué has solicitado estar en la brigada de información?
—Porque quiero que esto acabe.
—Ya, pero ¿por qué?
—Porque sí, ¿vale?”

Brillante. Es el tipo de diálogo que deja claro que el guion se escribió con el corrector feminista activado. Ella no necesita justificar sus motivos: “Porque sí, vale”, la nueva ética del heroísmo feminista contemporáneo.

Sigue otra joya:

— ¿Qué estás dispuesta a hacer en la lucha contra el terrorismo?
—Eh, eh, para, para. Yo no quiero ser un GAL de esos…

Ni Shakespeare habría osado a tanto. Es una línea que condensa todo el espíritu del cine español: confusión moral, miedo al tuit de la izquierda y total desconocimiento histórico. En tres segundos la película pasa del thriller al debate de La Sexta Noche.

Luego llega el drama interno, de intensidad televisiva:

—Me siento sucia estando entre terroristas, no puedo más.
—Arantxa, vamos a cancelar la operación, ¿ok?
—¡Ni de coña, esta es mi vida!

Todo el mundo sabe que esta es la frase que una feminista fetén gritaría antes de lanzarse a un karaoke toda empoderada.

Pero lo mejor está en el realismo burocrático del guion:

—Tengo un infiltrado. No puede saberlo nadie, ¿de acuerdo? Por cierto, es una mujer, está en el comando Donosti, lleva infiltrada seis años, se llama Arantxa, su DNI es…

Ni los espías soviéticos fueron tan discretos. James Bond parece un monje cartujo al lado de este funcionario de la confidencialidad.

Luego, la joya del absurdo cotidiano:

—¿Por qué has enseñado un DNI falso a un guardia civil?
—Es que el coche es de mi tía y todavía no he cambiado los papeles.

Ahí el thriller se convierte en sketch de José Mota. La trama se sostiene por puro milagro y por la inercia de la subvención.

Y como broche de oro, el diálogo definitivo, el resumen perfecto de la película, de su tono, de su filosofía y de todo el aparato ideológico que la sostiene:

—Eres una infiltrada de la Policía Nacional en la banda, tienes que mantenerte fuerte, ¿de acuerdo?
—Ya, joder, pero es que no puedo vivir sin mi gato…+

Ahí está. El alma del cine español contemporáneo comprimida en una frase: entre el terrorismo y el animal de compañía, el dilema moral de nuestro tiempo. No sin mi gato o sin mi perro, que es más simpático, tiene personalidad y muestra amor incondicional y verdadero, no como los hombres. Se puede decir más alto, pero no más claro.

Y es que entre tanta barbarie, es imposible dejar de hacer mención al gato, verdadero protagonista del film y auténtico especialista en robar planos y secuencias al resto de los actores. Un gato que representa a la mujer de hoy en día: autónoma, limpia, que no pierda la calma en ningún momento, que sobrelleva con indiferencia las amenazas sexuales de cualquier calvo cabrón, que lame sus propias heridas, que no depende de nadie y no necesita permiso de ningún puto machista para hacer uyuyu, uyuyu, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ay, ayaya, ayaya.

El gato como símbolo del empoderamiento femenino. Es el personaje más coherente del guion, quizás porque se la suda todo y no dice ni una sola palabra en toda la película.

En cuanto a la narrativa, la película cuenta con secuencias antológicas; como esa escena en que la infiltrada consigue arrebatarle la carpeta al calvo cabrón con la lista de objetivos terroristas, esa carpeta de gomas que el psicópata guarda en su mesilla de noche junto al frasco de Varón Dandy y la botella de kalimotxo, y luego se la lleva a una policía embarazada, viva el empoderamiento femenino, y ésta, se la pasa al comisario, el cual, sudoroso y acojonado, consigue fotocopiarla en la comisaría para devolvérsela finalmente a la infiltrada, que la reincorpora por los pelos a la mesilla del calvo. No se había visto nada igual en cine de acción desde Misión Imposible. O esa otra escena en la que un madero descubre todo el pastel, mandando a la mierda todo el operativo y poniendo en peligro y fuga a nuestra heroína cuando no se le ocurre mejor cosa que en el registro del piso llamar al gato por su nombre, no una vez sino varias veces, no vaya a ser que el espectador de a pie, por lo general medio lelo, no se entere de tan revelador detalle.

Si todo ocurrió como se cuenta en esas secuencias de puro nervio narrativo, el terrorismo machista mereció su final. No tanto por la brillante actuación policial como por la tremenda incompetencia de la banda armada.

No obstante, lo que más llama la atención es la relación que se establece entre los terroristas machistas y la infiltrada en el piso alquilado. Primero aparece un militante novato, un tiarrón del norte, buenorro, algo misógino pero inocentón; y luego se incorpora el veterano, el tantas veces mencionado calvo cabrón, el terrorista interpretado por Diego Anido, especializado en psicópatas de diverso pelaje, aquí en el papel de machista vasco, pero de origen gallego, ojo al dato.

Estos ejemplares masculinos se comportan como seres del averno sucios y malencarados, con sus culos pegados a la televisión, eructando, tirándose pedos, contando chistes zafios, historias soeces de sexo y desmadre, y sobre todo capaces de cometer el imperdonable crimen de llenar de cáscaras de pipas y manchas de cerveza el cuaderno de ejercicios del Ministerio de Igualdad de la infiltrada. El machismo ambiental de la época también anidaba en la revolucionaria banda patriarcal, y especialmente en este tipo de comuna donde imperaba más la testosterona que el feminismo resiliente. No obstante, a pesar del peligro y las dificultades, nuestra heroína, haciendo gala de su arte y duende calé , demuestra su empoderamiento cuando se echa a cantar a grito pelado el tema “Alegría de vivir” en un intento de combatir la contaminación sonora provocada por la música vasca-punkarra que a todas horas tienen puesta sus compañeros de piso, esa banda de machos y maleantes. Vale que aguantes las conversaciones demenciales de ese grupo de zumbados, sus horripilantes cortes de pelo abertzales y sus kaleborrikadas varias, pero tener que soportar durante horas, horas ,y más horas esa música directamente extraída del infierno vasco parece la peor de las torturas inimaginables. Sin lugar a dudas, la putada más chunga que podría tener el trabajar como infiltrada.

La película también tiene otras escenas, en este caso subiditas de tono, como manda el canon del cine español, resueltas con excesivo pudor, como el emparejamiento sexual de la infiltrada con el terrorista joven, tonto y lleno de semen; o las amenazas sexuales latentes tanto para la infiltrada como para el gato de la infiltrada por parte del calvo cabrón, que usa su pistola como si fuera su pene; revelando, de esta forma, que el más machista del comando terrorista quizás padezca de algún problema de impotencia sexual o cierta homosexualidad reprimida al sentir celos de los avances erótico festivos de nuestra protagonista con el joven empotrador. Nada que objetar, aunque quizás se podría haber explorado este aspecto de manera más cruda y gráfica, antes que optar por filmar a la infiltrada restregándose a conciencia su “almeja salá” en el cuarto de baño.

Cuando pensamos en las generaciones de militantes vascos que, entregados a la causa machista, sacrificaron vidas ajenas y propias, pensamos que ahí hay un relato de desesperanza y locura que todavía está por contar. Pero cuando también analizamos el caso de esta joven policía infiltrada en el terrorismo machista euskaldún durante tantos años, comprendemos que hace falta algo más que un inconsciente heroísmo, algún tipo de fanatismo absurdo por encima del deber, superior incluso al que hacen gala los machistas radicales; quizás, y esta sería una visión interesante a explorar en futuras películas, la peligrosa fascinación que siente el género femenino por el cabrón violento, el pecador sexual de la pradera o el macarra empotrador.

En los créditos finales de la película se nos informa que uno de los terroristas de género, que finalmente es detenido gracias al chivatazo de la infiltrada, se dedica en la actualidad a ilustrar cuentos infantiles; una circunstancia que funciona como metáfora perfecta de esa otra fantasía sexual femenina que consiste en usar el poder de su raja para primero seducir y luego reconvertir al cabronazo empotrador en inocente y emasculado teletubbie, perdiendo cualquier interés por él una vez domesticado.

Este relato del terrorismo machista que ya se ha venido mostrando en otras películas (Operación Troll, El Yoyas, Días empoderados, El negociador de Tinder, Tiro en la bragueta, etc.), sigue despidiendo el inconfundible aroma onanista del Satisfyer; por eso precisamente todavía esperamos ficciones sobre el conflicto heteropatriarcal no condicionadas por la visión feminista institucional ni por el relato oficialista, que exploren también el sinsentido, la manipulación, la hipocresía y el horror de la violencia y la política de género.

Echevarría, como buena directora del régimen, firma un producto Psoe-State-of-Mind: higiénico, subvencionado, con su logo ministerial al principio para recordarnos quién paga la fiesta. Una película que parece hecha para pasar el test de Bechdel. Hay tanta corrección política que uno teme que aparezca en la sala de cine un inspector del Ministerio de la Verdad a mitad de la proyección ara entrevistar a los representantes del género masculino que se encuentren entre el público y comprobar que efectivamente están entendiendo el mensaje feminista de la película. En el fondo, La infiltrada es el espejo perfecto del cine español actual. Cine de Ministerio a ritmo de BOE.

En resumen: si creías que el terrorismo había muerto, tranquilo. El nuevo terrorismo es estatal, está subvencionado y se llama perspectiva de género. Y viene repleto de ruido, propaganda y gato. Mucho gato que hace uyuyu, uyuyu.

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24 Comentarios

  1. Estaba leyendo tranquilamente el artículo mientras me tomaba un cafetito con leche, y la carcajada ha sido tal que hasta el café ha salpicado la pantalla del ordenador.
    Y es que no hay nada como empezar la mañana con otra crítica despiadada de Don Hipólito.
    Gracias por su sentido del humor y su mala leche.

  2. Las comedias involuntarias me pierden; que se paguen con mis impuesto, no.

  3. Genial

  4. Jordi_BCN

    Vaya, resulta que ETA compartía objetivos con El Fary, noto cierta nostalgia de la 9mm parabellum y de la goma-2.

  5. Ignacio García

    Tan desternillante como brillante.
    Una obra maestra de lo que debe ser una crítica de cine
    Gracias!

  6. La película en cuestión existe realmente o esto es El Mundo Today?

  7. Me he reido mucho. Espero con impaciencia, los comentarios de los muchos que pueden sentirse ofendidos, por esta maravillosa crítica. Sería muy divertido.

  8. Rocio Triviño

    Doppelgänger ha traspasado el nivel de crítica convencional y va varios pasos más allá hasta alcanzar lo que podríamos denominar la metacrítica. El tipo es tan genial que se inventa una nueva forma de hacer crítica de cine. Si la película no le interesa lo más mínimo, le aburre o le parece mala de solemnidad, se la inventa y luego hace la crítica a esa película imaginada. Lo curioso es que incluso la película inventada sería mucho mejor que la película estrenada . Es un crack este señor; se mea en el cine español y se cachondea de todos esos críticos de cine tan pagados de si mismos que se toman en serio su trabajo. Y además lo hace con un sentido del humor envidiable . Lo dicho, un genio.

  9. Las veces que oí al presentador de telediario ese de la barba y la voz nasal: el comaaaaaando estaaaaaba comuesto porrrr dos hommmmbres y unnnnna mujer.

  10. Decía José Antonio Marina que lo respetable es poder opinar pero no las opiniones, pues las hay de muchos tipos: idiota, homófobas, xenófobas,… En fin… La suya no me parece respetable porque es estúpida. Cuando vea la de Díaz Yanes espero el mismo criterio porque es bastante peor…

  11. Me declaro fan de esta nueva sección a cargo del Döppelganger de Hipólito Ledesma. A mí «La Infiltrada» me dejó frío, no concibo cómo una película que se llama «La Infiltrada» comience de esta manera:
    – Queremos infiltrar a alguien en ETA, y hemos pensado en ti.
    Escena siguiente, rótulo sobreimpresionado
    (San Sebastián, 2 años infiltrada).

    Es decir, que privas al espectador de 20-30 minutos que hubieran hecho la peli mucho más potente si cuentas el proceso de infiltración, la preparación física, psicológica. Una vez infiltrada faltan escenas en las que se note el verdadero peligro que corrió, apenas se esbozan un par como faena de aliño. He de decir que «Un fantasma en la batalla» me gustó más, sin que ello quiera decir que me parezca una buena película. Creo que «Sombras en una Batalla», «Días Contados» y «Operación Ogro» son las mejores aproximaciones cinematográficas al mundo etarra.

  12. Por cierto, «Chinas» de la misma directora, está muy bien. No me convenció tanto «Carmen y Lola».

  13. Jojojo, no deja títere con cabeza:

    Terrorismo etarra.
    Feminismo institucional
    Cine subvencionado
    Nueva masculinidad
    Identidad gitana
    Paranoia política de género .
    ¡Mujeres, hombres y viceversa… y gatos!

    ¡Bravo, Bravísimo!

  14. No sé si el señor Ledesma cobra por artículo o por palabra, si es esto último debe de estar forrado. Independiéntemente de esta apreciación crematística sin importancia, la crítica la encuentro excesivamente vitriólica, al igual que sus críticas anteriores, aunque exuberante de ingenio y creatividad, al igual que las anteriores. Al mismo tiempo encuentro la crítica justa y necesaria habida cuenta de que el cine español es desde hace ya muchos años un corral repleto de mierda. En ese sentido no viene mal que aparezca este señor armado con su lanzallamas para limpiarlo de vez en cuando.

  15. Sir William

    La Infiltrada: un thriller vasco donde ETA ya no quiere independencia, sino que le planchen las camisas LOL!
    Doppelanger se ha equivocado de profesión, debería dejar la critica y meterse a guionista de cine, los espectadores lo agradecerían y quizás el cine español recuperaría el publico perdido por culpa tanta mamonada subvencionada y tanto «auteur » de chichinabo.

  16. Gavrilo Princip

    En esta lluviosa mañana, y mientras leía esto, he pensado que al igual que algunos autores consiguieron (involuntariamente) que
    sus apellidos se volvieran adjetivos, como orwelliano, kafkiano, dantesco, etc. A estas alturas del juego, creo que ya podemos hablar de textos ledesmianos, o hipolitenses, o doppelgängerianos, se lo ha ganado, el tío.
    Por favor, jotdown, queremos más de esto, sin querer, creo que habéis creado un pequeño espacio de culto.

  17. Hago mías las palabras de Gavrilo, las suscribo 100%.

  18. Fresh Prince

    Vaya juego masturbatorio de seudónimos se trae el Hipólito ese de los c*j*nes para poder soltarse la melena sin ataduras

  19. Operación Troll, El Yoyas, Días empoderados, El negociador de Tinder, Tiro en la bragueta… jeje, me encantaría vivir en el universo paralelo del señor Ledesma. Por cierto después de leer el artículo recién publicado en esta revista sobre la retrodistopías audiovisuales, a la autora se le ha olvidado mencionar precisamente a «La Infiltrada» ; la versión Universo Hipólito Paralelo , claro esta, no la original.

  20. Ocean1975

    Buenisimo!!! Ja,ja,ja…..Hace tiempo que me reia tanto.Premio mejor critica cinematografica 2025!!!

  21. Ocean1975

    En serio,de donde habeis sacado a este genio,de nombre Hipolito?

  22. Leí hace mucho tiempo esto, pero por algo me recuerda a H.L.D :»un sabio es quien ya se dio cuenta de que vivir es un mal negocio y no queda otra que hacerlo los más divertido posible». En ese sentido, este tío sabe, y sabe mucho.

  23. En la novela «Higiene del asesino», Amelie Nothomb en boca del ficticio escritor Prétextat Tacht establece una distinción entre escritores dependiendo de si tienen pluma, polla o cojones. De esta forma, aquellos que tienen pluma se caracterizan por saber escribir muy bien, los que tienen cojones son aquellos que demuestran capacidad de resistencia a la mala fe ambiental, es decir los irreverentes que no se casan con nadie y ponen el dedo en la llaga; y en cuanto a la polla , la tendrían esos escritores que se caracterizan por ser creativos y originales. Celine sería el ejemplo perfecto de escritor con polla, pluma y cojones. En realidad, los escritores con este triple atributo son una proporción infinitesimal en el mundillo literario. Proyectando esa clasificación al mundo de la critica cinematográfica, está claro que el señor Don Hipólito Ledesma Dopelgänger sería uno de los escasos críticos con pluma, polla y cojones.
    Un saludos, Nicolás.

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